Ossos es la tercera película escrita y
dirigida por Pedro Costa. A diferencia de sus anteriores realizaciones (O sangue y Casa de Lava) se produce aquí una inflexión que no puede ignorarse.
Se trata del ingreso a un nuevo territorio al que revisitará tres años más tarde
en No quarto da Vanda: el barrio de
Fontainhas.
Fontainhas es una pobre
aldea situada entre las freguesías de
Balasar y Rates, en el municipio de Póvoa de Varzim. Pero es sobre todas las
cosas el testimonio o la prueba de una realidad portuguesa distinta, alejada
de cualquier imaginario.
Sobre este nuevo escenario,
Costa narra (¿o describe?) el devenir de varios cuerpos adultos y de un cuerpo
infantil. Cuerpos todos moribundos, abúlicos, entregados. Cuerpos que son
imagen y semejanza de la ciudad que atraviesan y que los atraviesa. Fontainhas
es Clotilde, Tina, Eduarda, el Padre y el Niño.
La carne es fresca, el
hueso es duro. Ossos es un film
durísimo. O mejor aún, es un film sobre la dureza. (1)
Fontainhas y el agotamiento de todo deseo
Tras su
análisis de ciudad estetizada y ciudad erotizada, Jean-Louis Comolli expone una
nueva aproximación en la elaboración de discurso y puesta en escena sobre la
urbes.
Agotado el signo y el deseo
ha llegado el momento de la indiferencia. La ciudad, ahora, es ciudad
erosionada: “Transformando, como un demiurgo, la ciudad en máquina deseosa, el
cine refuerza en realidad el paradigma de la ciudad como máquina indiferente. Iluminada por las mil luces del deseo, la
ciudad del cine no proyecta sino su mejor aspecto negativo, su revés – la
sombra de la ciudad de los deseos extenuados, la ciudad de los robots, de los
muertos vivos…” (2).
Esta cita resulta
ilustrativa de la ciudad que Pedro Costa devuelve al espectador en Ossos. Fontainhas es una ciudad agotada,
anémica. No hay deseos ni cuerpos deseantes que la franqueen: el aire que se
respira es denso y espeso, los cuerpos que subsisten lo hacen en el desinterés
y la apatía absolutas. Fontainhas es la imagen del desgaste, la merma; es
ciudad erosionada, ciudad-erosión.
Los espacios y sus marcas
Ossos presenta pocos espacios –algunos
públicos, otros privados- a los que vuelve una y otra vez: el hospital, el
parque, el colectivo, la estación de subte, el barrio donde viven Tina y
Clotilde, la habitación de la prostituta, el departamento de Eduarda.
Hay a lo largo del film una
doble y fuerte oposición entre el barrio y el departamento, por un lado, y la
periferia y el centro, por el otro. Esta oposición se debe menos a una puesta
de cámara y más a una elección de efecto: las escenas del departamento y del
centro son diurnas; las del barrio y la periferia, nocturnas.
Todas, sin embargo, tienen
algo en común: Costa las filma a través de marcos. Ver los espacios de manera
directa o no intervenida parece tarea imposible para el espectador: siempre hay
algo que se interpone entre lo mostrado y el deseo de ver: a veces es una
ventana, otras veces una puerta o quizás una multitud de transeúntes que se
cruzan en cuadro.
Esta elección del cuadro
enmarcado no es gratuita: hay algo de esa realidad que retrata Costa que no
queremos y –peor aún- no podemos ver: no tenemos ojos para hacerlo.
Espacios contrapuestos,
espacios enmarcados. Pero también, espacios marcados: todas las superficies
están signadas por la erosión. Pasillos, ventanas, puertas, paredes… llevan la
textura de la pobreza y la decadencia. Por todas partes se encuentran marcas de indiferencia. Todo se cae a pedazos, todo
se desarma, se desgrana frente a nuestros ojos y a los de Costa. Pareciera que
lo único duro (y que dura) en esta ciudad son los huesos de quienes la habitan.
El resto desaparece, se vuelve invisible. La erosión es tal que sólo queda
polvo.
Cuerpos sin carne, personajes mutantes
“Huesos es
lo primero que veo en un cuerpo” expresó en cierta oportunidad Pedro Costa. La
declaración es extraña: si bien es cierto que sin huesos no hay cuerpo también
es verdad que lo primero que encontramos en un cuerpo es carne. Tal vez a Costa
poco le importe la anatomía o quizás piense la vida en términos escatológicos:
con la muerte, la carne desaparece y los huesos persisten.
En todo caso, lo que
interesa aquí es el estatuto de cuerpo de sus personajes (que parece ser
también el estatuto de cuerpo de su ciudad). ¿Qué podemos decir de Clotilde,
Tina, Eduarda, el Padre, el Niño?
Todos parecen tener en
común una doble condición: la parquedad y la dureza. Los personajes de Costa
son parcos, por poco mudos. No hablan casi nunca y si lo hacen sus palabras son tan sobrias, tan
escuetas que más que hablar diríamos susurran.
Los personajes de Costa,
por otro lado, son esencialmente duros. Enfermos, desahuciados, fantasmagóricos
pero a la vez y en el mismo sentido, duros: son puro hueso, no hay carne que
los recubra. Son cuerpos extraños: se arrastran por la ciudad, sin voluntad ni
ambición, sobreviviendo más que viviendo. Hombres y mujeres cuya realidad y
cuya irrealidad, cuya presencia y cuyo espectro encarnan lo poco que es
Fontainhas. El largo travelling que acompaña el paso acelerado del Padre por el
barrio infinito e indiferente es un buen ejemplo de todo esto.
Ossos es un film de mutantes. Pero no sólo porque los personajes se
nos aparezcan como muertos-vivos. Es una historia de mutantes en el sentido más
radical de la palabra: todos los cuerpos mutan entre sí y se mutan en lo más
inmutable: la muerte. El deseo y la imposibilidad de morir es lo que pone a
todos los personajes en un mismo nivel. Sin digresiones metafísicas Costa nos
enseña una danza de la muerte sobre la que volveremos a referirnos más
adelante.
Ossos no es una película de denuncia aunque es innegable el gesto
político que asume Costa al decidir filmar estos personajes y no otros.
Abstractamente sabemos de la existencia de estos hombres y mujeres pero no
tenemos (ni queremos tener) ojos para verlos. Ossos es una película que no tiene nada de abstracto ni metafórico:
todo es concreto, duro, palpable. Y aunque Costa nos enfrente con estos cuerpos
que conocemos y a los que nos hemos acostumbrado, nunca lo hace desde una
postura abyecta o miserable. Nos encontramos con personas con un sentido
remarcable de la dignidad aún en las condiciones y conductas más extremas,
personas de una dureza espantosa y tangible pero personas al fin y al cabo.
Costa nunca pierde de vista esto último.
La danza de la muerte impedida
Unos
párrafos atrás decíamos de Ossos que
era una auténtica danza de la muerte. Ahora podemos agregar que lo es en un
sentido medieval: uno de los personajes llega a decir incluso: “La muerte pisa
siempre tus talones”.
La muerte es quien
establece la semejanza entre los personajes y entre los personajes y la ciudad.
La muerte torna a todas las mujeres en espejos unas de otras. La muerte, los
huesos hacen a todos iguales.
Pero hay en Costa límites
de resistencia y de vida. La muerte choca una y otra vez contra una pared. Los
personajes quieren matarse y no pueden; quieren escapar de las paredes que los
amuran y no lo logran; quieren salirse de sus cuerpos-huesos pero les resulta
imposible.
Fontainhas quiere
morir y tampoco le es posible. Es ciudad pobre, la ciudad ruinas, la ciudad
restos. ¿Qué fuerza misteriosa impide la destrucción total? ¿Cómo filmar esa
resistencia?
Pedro Costa apuesta por un
cine del tiempo. Tiempos muertos: eso es Fontainhas, una acumulación de tiempo.
Una ciudad que dura aún en la indolencia. Comolli dice a propósito de cierto
cine de Rossellini y Antonioni algo que vale para Costa: “Si [el cine] filma la
indiferencia es aún para salvarla de esa mortal insignificancia que ya no soporta”. (3)
Los cuerpos heridos de
muerte que vagabundean por Fontainhas dejan su marca en la película. Escriben
los gestos que Costa filmará al registrar la ciudad. Fontainhas es inseparable
de estos cuerpos: se sostienen mutuamente, duran en la medida en que el otro
los soporta.
RMPC
NOTAS
(1) Cfr. Entrevista a João Bénard da Costa
en la edición en dvd de Madragoa Filmes
PT.
(2) COMOLLI, J-L. La ciudad filmada, septiembre de 1994,
p. 279.
(3) COMOLLI,
J-L. Op. cit., p 280.