“Describir no es lo que se le pide al
cine (…) La finalidad del cine [es] probablemente mostrar lo invisible. Si se
describe una ciudad que podemos ver con nuestros propios ojos, no agregamos
nada” (1).
“¿Existe todavía una forma posible
cuando se pierde el lugar?” (2).
Filmar una ciudad
es un asunto problemático. La primera dificultad es irremediable porque se
funda en la naturaleza misma del cine: nuestra visión y percepción no es la
visión y percepción de la máquina cinematográfica. La segunda dificultad,
aunque más grave, parece admitir algunas soluciones (o mejor, ciertas
aproximaciones o propuestas). Es el problema del tiempo.
El espacio filmado implica
una duración. La ciudad, luego, no
es más que una acumulación de espacios y de tiempos. ¿Pero qué sucede cuando
todo ese tiempo no es perfectamente visible en todo momento? La respuesta que
ofrece Comolli es tajante y punto de partida de nuestra disertación: “La ciudad
del cineasta no sería entonces solamente lo visible de la ciudad. Hasta puede
decirse que esa misma distancia en relación a lo visible, sea la justa
dimensión del cine” (3). Lo visible se vuelve obstáculo. La apuesta es por lo
invisible.
Una primera aproximación a
la forma de filmar las ciudades propone su estetización: la ciudad exige que el
cine la represente, empieza a ser cine sin película ni cámara de por medio.
Filmar la ciudad así es filmar lo que en la ciudad se parece al cine
Jean Vigo hace parecer Niza al cine. En A propos de Nice (1930) la ciudad
“actúa”: este film urbano
(violento, nervioso, intenso) transforma la ciudad en cine porque la misma
ciudad lo permite. Niza se vuelve escenario y los cuerpos que lo transitan se
hacen signos.
Vigo responde a esta
exigencia de cine con un montaje enloquecido: fragmentación absoluta,
aceleraciones y rallentados, vistas aéreas y planos detalles, paralelismos y
oposiciones. ¿Qué representa esta ciudad-signo? La saturación parece decirnos:
nada. Niza está vaciada, carece de sentido. Es lo que vemos, no más.
Un film como Momma don’t allow (1955) es claro
ejemplo del salto teórico que separa a aquella aproximación estetizada de una
nueva: la erotizada. Erotización de la ciudad, erotización del escenario,
erotización de los cuerpos. Ha surgido el deseo: deseo de filmar y deseo de ser
filmado. Aquí también hay velocidad, excitación e intensidad en la ciudad: pero
no es por puro formalismo. Su representación no es abstracta. Estamos frente a
una ciudad deseosa transitada por cuerpos que ya no son sólo signos: cuerpos
encarnizados, frenéticos, que bailan, beben, se abrazan, seducen y desean.
Berlin: Die sinfonie der grosstadt (1927)
puede pensarse como un punto medio entre el camino iniciado por Vigo y el
alcanzado por Karel Reitz y Tony Richardson. Aunque similares en su
construcción/montaje, hay algo que separa a Berlin…
de A propos de Nice: la película
de Walter Rutmann es un mal ejemplo de exigencia de cine. Aunque a veces peca por abstracta o ilustrativa, el
cine no está al servicio de la ciudad sino al contrario. Rutmann somete Berlín:
desde que despierta hasta que se duerme, la recorre, la describe, la enseña sin
prejuicios. No existe el deseo tal como se lo concibe en Momma don’t allow pero al menos escapa a la ciudad-signo sin
más.
La energía de los films de
música urbana se agota y la erotización deviene casi inevitablemente en
erosión. Ya no es posible inscribir en su superficie ni signos ni deseos. Estamos
frente al fin de la ciudad deseosa y la puesta en escena de ese final. Si buscáramos
una nueva forma de aproximación para filmar la ciudad ésta sería la
indiferencia.
Pero el cine no puede
soportar la idea de una ciudad indiferente. Entonces, ¿cuál es la solución?
¿Cómo filmar la ciudad si hemos fallado tanto en la representación exigida como
en la deseante? Comolli parece tener una respuesta o, al menos, una buena
aproximación.
Habíamos comenzado
este ensayo afirmando que la ciudad filmada no es solamente lo visible sino
también lo que no se ve. E incluso habíamos llegado a afirmar que esa distancia
hacia lo visible es la verdadera y auténtica ilusión cinematográfica. ¿Cómo no
filmar solamente la exigencia de cine? O mejor, ¿cómo filmar la ciudad invisible? ¿es posible?
En Lost book found (1996) Jem Cohen parece
logarlo. Este magnífico ejemplo de cine monstruo comienza con una curiosa
declaración por parte del narrador: “me volví invisible y de repente otras
cosas se hicieron visibles”. La condición inicial para empezar a ver es
paradójicamente el punto ciego. ¿Qué sucede con esta ciudad filmada? Lo
invisible es lo visible. Los cuerpos son fantasmas, las miradas desaparecen,
subsiste lo puro objetual. El gran tema aquí es el escenario pero en tanto escenario encarnado.
Imágenes de registro
documental, manipulación en postproducción, bifurcación de las voces (hay una
voz del narrador y una voz del diario), listados minuciosos y organizados….
Cohen no describe la ciudad tal como nosotros la podríamos ver. Muestra lo invisible.
Y lo logra porque sabe
–como Comolli- que la ciudad filmada no existe hasta que se filma; porque
entiende que es necesario invertir la idea de ciudad-escenario para alcanzar la
noción de ciudad interior; porque reconoce y explora un contracampo de lo visible,
aquella parte menos visible de una ciudad: una ciudad, sencillamente,
invisible.
RMPC
NOTAS
(1) Venturi, Marco. Le cinema a
tune la ville en Carnets du Docteur Muybridgem N°2, 1991-92 citado
por COMOLLI, JM. La ciudad filmada,
septiembre de 1994.
(2) Virilio, Paul. El
cibermundo. La política de lo peor. Cátedra, Madrid, p. 43.
(3) Comolli, JM. La ciudad
filmada, septiembre de 1994, p 271.
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