"¿Qué
vamos a decir de todo esto, Teodoro? Si para cada uno es verdadero lo que opine
por medio de la percepción y una persona no puede juzgar mejor lo experimentado
por otra, ni puede tener más autoridad para examinar la corrección o la
falsedad de la opinión ajena, y, según se ha dicho muchas veces, sólo puede
juzgar uno mismo sus propias opiniones, que son todas correctas y verdaderas,
¿en qué consistirá, entonces, la sabiduría de Protágoras? ¿Cómo podrá
justificar su pretensión de enseñar a otros...?" (Platón, Teeteto
161d)
"Si
has llegado a alguna conclusión por tu cuenta y me das a conocer la opinión que
tienes sobre el particular, de acuerdo con la doctrina de Protágoras, hay que
conceder que eso para ti es la verdad. Pero, ¿es que no nos es posible a los
demás convertirnos en jueces de la resolución que has adoptado? ¿O es que
tenemos que considerar que tus opiniones son siempre verdaderas? ¿No hay a
menudo muchos que se oponen a ti con opiniones contrarias a las tuyas, pensando
que tus juicios y creencias son falsos?" (Ibid., 170d)
En
el pasaje 161d del Teeteto, Sócrates expone los efectos de la doctrina
protagórica de la homomensura:
que el hombre sea la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son
y de las que no son en tanto que no son, trae aparejadas varias consecuencias.
De ellas, la que sostiene que “sólo puede juzgar uno mismo sus propias
opiniones” es de fundamental importancia para entender el tratamiento y la
refutación que Platón propone contra el Abderita y su tesis relativista.
Mediante el axioma hombre-medida,
Protágoras quería negar la existencia de un criterio absoluto que discrimine
entre ser y no-ser, verdadero y falso. El único criterio es el hombre
individual: lo que cada sujeto cree como resultado de su percepción es verdadero
para él. Por esto el sujeto es siempre juez de lo que es para sí y no existe un
juez de la verdad mejor que uno mismo: nadie tiene siquiera derecho a examinar
si es verdadera o falsa la opinión de otro.
¿Por qué? Esto se funda en
la imposibilidad de ir más allá de la propia percepción, de lo que cada uno
experimenta. Si el proceso de pensamiento se asimila al de percepción, pensar y
decir que una proposición cualquier es verdadera o falsa carece de sentido, puesto
que verdadero y falso son cualidades que al fin y al cabo no convienen a ningún
objeto de los sentidos. Si se asigna a lo pensado o dicho un valor de verdad se
elabora una opinión de opinión, un juicio de juicio (lo que resulta claramente
en una trasgresión de la tesis original “para cada uno es verdadero lo que
opine por medio de la percepción”). Verdad y falsedad, en suma, son cualidades
que no convienen a las cosas; por ello, la tesis protagórica rechaza de lleno
los juicios de otros juicios.
También en 161d se encuentra
enunciado el núcleo de una de las objeciones que contra el Abderita propone
Sócrates. Protágoras fue el
primero en llamarse Sofista, palabra que significa sabio o experto en el
saber: ¿no resulta esta pretensión contraria al igualitarismo que su misma
doctrina supone?
La tesis protagórica – toda
opinión es igualmente válida –
impide la distinción entre sabios e ignorantes. Sin embargo su autor se
presenta como Maestro, cuenta con un importante número de discípulos y recibe
de ellos grandes sumas de dinero por sus enseñanzas. ¿Qué derecho tiene
Protágoras sobre el resto de los hombres? ¿Cómo concilia su tesis y su
condición de sabio?
La respuesta a la objeción
está dada en la defensa de Protágoras. Allí, el sofista puede justificar su pretensión
de enseñar a otros aún manteniendo el igualitarismo: las opiniones son todas
igualmente verdaderas pero no todas tienen el mismo valor, hay algunas más
útiles que otras. Réplica de claro corte pragmatista, el eje de la distinción
entre sabios e ignorantes no es el valor de verdad sino el valor de utilidad: se
abandona la norma de verdad o falsedad, pero se reemplaza por el criterio pragmático
de lo mejor o lo peor. El “sabio” en Protágoras será aquel que, conociendo lo
útil o ventajoso, puede provocar en los demás la idea de que sus verdades son
más valerosas.
Mencionamos
al comienzo una consecuencia necesaria de la doctrina de la homomensura: si el
hombre es medida de todas las cosas, necesariamente cada uno es juez de sus
opiniones (todas correctas y verdaderas) y nadie puede juzgarlas. Esta premisa
fundamental, sin embargo, es refutada en 170d. ¿Cuándo las opiniones en general
y la de Protágoras en particular “permiten” que la mayoría se constituya en
juez de sus opiniones? Cuando se publican o comunican abiertamente a todos su
verdad.
El pasaje 170d esta
insertado en el argumento de la auto-refutación. Sócrates acababa de distinguir
entre la opinión de Protágoras y la de la mayoría de los hombres respecto de la
distinción sabios-ignorantes y la validez de las opiniones.
El Ateniense señala que –
contra Protágoras – la mayoría de los hombres cree que algunas personas son más
sabias que otras y que la sabiduría tiene que ver con poseer juicios verdaderos:
“¿No consideran [todos los hombres] que la sabiduría es el pensamiento
verdadero, mientras que la ignorancia es la opinión falsa?” (TEET 170b).
Protágoras profesaba que
todas las opiniones son siempre verdaderas. La mayoría de los hombres, en
cambio, cree que esta perspectiva es falsa (consideran que las opiniones pueden
ser verdaderas o falsas). Son dos posibilidades, dos alternativas que entran en
pugna una vez que Protágoras dio a conocer su doctrina; de una y otra
posibilidad se sigue que la mayoría tiene razón (hay opiniones de dos clases).
Si la tesis protagórica
fuese falsa, es evidente el valor de verdad de la mayoría. Pero aún
concediéndole razón a Protágoras, la opinión de la mayoría se mantiene en pie:
“Sócrates intenta probar que [la tesis] debe ser falsa incluso para Protágoras,
puesto que tendrá que admitir que otros la creen falsa y, por
consiguiente, que es falsa, simplemente porque la teoría dice que todo lo que
un hombre crea es verdadero” (BOSTOK).
En esto consiste la
auto-refutación de la doctrina protagórica. Y el disparador de la misma ha sido
su publicación: una tesis como la de Protágoras no resiste el paso al lenguaje,
el enfrentamiento verbal y termina por desmoronarse sola. El sólo darla a publicidad
se transforma en un inconveniente gigante para Protágoras, lo hace entrar en
contradicción: quiere exponer al juicio de todos algo que vale sólo para él.
Mientras la tesis se
mantenga intacta, se puede conceder a Protágoras que el que juzga tiene para sí
por verdadero aquello que juzga; pero una vez que el juicio ha sido expresado
públicamente, es inevitable que el resto de los hombres se constituyan en
jueces de ese juicio.
Una vez dada a publicidad y
expuesta a la consideración, Protágoras no puede sino conceder verdad a todas
las opiniones que su tesis merezca: las que la avalen y las que, por el contrario,
la rechacen diciendo que su opinión no es verdadera y está equivocado.
El desplazamiento al plano
del lenguaje es el mayor problema para la doctrina de la homomensura: “El acto
mismo de dar a publicidad su verdad la expone al juicio de los otros y la hace
verdadera no sólo para él, pasible de ganar la adhesión de unos y el
rechazo de otros” (MARCOS).
Protágoras, al comunicar su
verdad, la deja por tener – al menos en cierto sentido – por verdadera. Se equivoca
el Abderita al exponer algo que vale exclusivamente para él al juicio y
consideración de todos. “Por consiguiente, dado que es discutido por todos, el Sobre
la Verdad de Protágoras no será verdadero para nadie, ni para cualquier
otro, ni para él mismo” (TEET 171c).
Los
pasajes seleccionados para este comentario (161d y 170d) se constituyen en los
preeliminares fundamentales para entender la crítica de auto-refutación.
En el corpus
esencial de la homomensura se insiste en que cada hombre es juez de sus propias
opiniones y que nadie tiene derecho a ponerlas en tela de juicio. Cuando la
doctrina se vuelve pública se instala necesariamente el punto de vista del
otro, que se erige en juez de mi juicio y torna en discutible mis
opiniones-verdades.
En esto se encuentra el
germen de la auto-refutación: “Pasible de ser puesta en tela de juicio la
pretensión de verdad que, quiéralo o no admitir el Abderita, animó su formulación,
la doctrina que proclama la imposibilidad de semejante enjuiciamiento se refuta
a sí mismo”. (MARCOS).
RMPC