Los años 1945, 1968 y 1989
son considerados en la tradición histórica germana como nullpunkts: puntos cero. Son tres momentos que suponen una reacción
a la historia previa y se mitologizan. Si estos nullpunkts significaron o no un cambio radical no es asunto que
debamos discutir aquí. Lo que interesa, en todo caso, es que revelan una doble
compulsión: memoria y huída. El punto cero presume (a la vez e inmediatamente)
recordar el pasado y rechazarlo. Mirar sin ver.
Robert Kramer vive estos años-ceros de manera
muy particular. En él parece cumplirse la fórmula de Michel Foucault: la
represión, más que generar silencio, genera dicurso. En Berlín 10/90 Kramer se enfrenta sin restricciones al trauma
(transgeneracional) por el Holocausto y al trauma (vivencial) por la caída del
Muro. Evoca pero no escapa, recuerda y reescribe.
La superficie que el cineasta y filósofo elige
para esta escritura es única: su cuerpo. Kramer es la tabula rasa donde se inscribirán –a lo largo de una extensa y sufrida
hora- la Historia y las historias. Su cuerpo se vuelve documento:
“Una
fatiga, una lentitud terribles, las de la sesión filmada, las de la presión
significante de los sonidos y de los sentidos, las de la presión del
rodaje que pesa sobre los gestos, los movimientos, las palabras y hasta los
labios y la lengua, los miembros y las miradas del cineasta expuesto a la
prueba del filme que se va haciendo – sobre su piel”. (1)
La decisión de dar el cuerpo a la
imagen (y a la cámara) es fundamental: Kramer se vuelve personaje y sus
momentos, instantes. La presencia-Kramer garantiza para siempre el vínculo
cuerpo-palabra-sujeto-experiencia-vida. Hay una tensión de la inscripción
verdadera que se vuelve incuestionable.
En 2004 Chris Landreth ofrece al mundo un
contra-ejemplo de todo lo dicho. Ryan
es un intento por volver documento a un conjunto de algoritmos. Aquí no hay
cuerpo que soporte duraciones ni presiones de rodaje. No hay referente, sólo
imágenes alucinatorias. Diríamos a su favor que hay cierta corporeidad en tanto
hay voz: las palabras de Chris y Ryan imprimen algo de tensión de lo verdadero.
Pero esta inscripción está referida a imágenes sintéticas: el efecto se diluye,
se anula.
Una voz en un cuerpo como el de Kramer es
infalible. Voz única. La voz de alguien que ha llegado tarde pero
adiestra la memoria; alguien que reescribe sin miedo los textos del pasado,
propios y ajenos; alguien que –como se ha dicho una vez de W. G. Sebald-
recuerda la textura concreta de las vidas perdidas.
“Nada importa más que la calidad del afecto, más que los
sentimientos… yo era ese fragmento sobre mis ruinas”
NOTAS
(1) Comolli,
Jean-Louis. Ver y poder: la inocencia
perdida: cine, televisión, ficción, documental, Buenos Aires, Aurelia
Rivera: nueva librería, 2007, p. 562.
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